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Dubrovnik, bajo la mirada crítica

Inauguro la nueva sección de colaboraciones con esta visión crítica, políticamente incorrecta y no apta para todos los públicos (al menos, puede que no guste a algunos) sobre Dubrovnik. Su autor, Jesús Lizcano, además de licenciado en Historia, ha sido mi compañero de viaje por los Balcanes. Así que, aunque cada uno hemos sacado nuestras propias conclusiones, en esta coincidimos bastante.

Ahora que se habla de la turismofobia tan alegremente, para seguir permitiendo que unos pocos se llenen los bolsillos a costa de que la gran mayoría perdamos (derechos, salario, vida en nuestras ciudades, etc.), creo que no hay mejor momento para esta crítica a una forma de hacer turismo que cada vez resulta más asfixiante y menos atrayente.

Y sin más preámbulos, que ya estoy dando bastante la chapa, he aquí:

En Dubrovnik no hay paraíso

Nunca vi un casco histórico con tal volumen de personas circulando, y sin embargo tan muerto. Esta es la frase que mejor puede resumir la impresión que me llevé de esta preciosa ciudad devastada por las hordas de turistas (dícese de aquellos grupos numerosos de personas que todas juntitas y de la mano van caminando por las ciudades, de monumento en monumento, y tiro porque me toca, sin olvidar de la banderita que identifica su nacionalidad). "¿Por qué eres tan duro con lo bonito que es?" me dirán las gentes que han visitado Dubrovnik y disfrutado de sus hermosas calles, su espléndida fortaleza, el Adriático color cristalino y sus envidiables panorámicas. 




Yo les respondo muy amablemente. Soy tan duro porque no me gusta sentirme un dólar andante, al que según bajas del autobús “asaltan” para vender tours, restaurantes o cualquier otro servicio caza turistas. Soy tan duro porque cuando viajo a otro país me gusta intentar comprender, aprender de otras culturas, mezclarme en lo posible con su gente etc. y en Dubrovnik francamente es muy difícil hacer nada de eso. 

Dubrovnik tristemente se ha convertido en una inmensa entrada de divisas para Croacia, una ciudad hecha para ser vista, e imposible para ser vivida. El viajero interesado en conocer no ve más que un escaparate. Las piedras superpuestas formando una preciosa arquitectura y un conjunto histórico que denota un pasado comercial esplendoroso, quedan en un segundo plano cuando uno se percata que está en una exposición al aire libre, que el significante de esos monumentos persiste, pero su significado se ha reducido a una excusa para obtener dinero fácil.
Las riadas de turistas autómatas viendo y fotografiando compulsivamente la ciudad, apremiados porque en cuatro horas se les va el crucero, distorsionan todo el esplendor que en su día tuvo Dubrovnik. Es llamativo lo orgullosos que están los Croatas por haber expulsado a los Serbios y Montenegrinos de la ciudad, mientras paradójicamente ha sido tomada por las hordas de turistas. La mercantilización del casco histórico se ejemplifica completamente con la “tasa” para recorrer la muralla - 20€, oigan - que ni la Alhambra te cuesta ese precio. Es el mejor ejemplo de cómo una ciudad se ha vendido a una única actividad - sacar la pasta a los turistas de clase media de todo el mundo que están dispuestos a dejarse la paga extra -. Como resultado, una ciudad croata sin croatas, una ciudad llena de algarabías por sus calles, pero muertas de vida y arraigo. En definitiva, un parque temático repleto de excursiones, restaurantes, y pisos turísticos. Ah, y muchos gatos -los adoro-.  
 


Dubrovnik ejemplifica a la perfección uno de los fenómenos dañinos de nuestro tiempo - el turismo como un elemento más de consumo -. Alrededor de esta idea operan grandes compañías destinadas a saciar la voracidad del consumidor occidental que necesita gastarse su dinero en la ilusión de ir a conocer otros países. Y aquí viene la joya de la corona ¡¡¡LOS CRUCEROS!!!!. Es el mejor invento para que las hordas cumplan con la ilusión de haber viajado por el mundo y posteriormente puedan derrochar verbalmente historias impostadas con familiares y amigos sobre la cantidad de ciudades que han visto y conocido en el par de horas que dura la visita por la ciudad.

En fin, creo que Dubrovnik es el vivo ejemplo de cómo el turismo de masas descontrolado mata los paisajes y las tradiciones culturales de los cascos históricos, expulsando a la población autóctona, y me ha venido a reafirmar mis planteamientos previos sobre esta problemática de nuestro tiempo. 

Se hace urgente la regulación por parte de las autoridades locales, regionales y estatales la limitación de las licencias para usos turísticos con el fin de que los centros no se conviertan en calles repletas de restaurantes y tiendas de souvenirs que ahogan los cascos históricos.  

Asegurar unos mínimos servicios de abastecimientos alimentarios en los alrededores integrados en los cascos históricos (a pesar de una menor rentabilidad), y mantener precios aceptables para el alquiler de viviendas debería de ser otra de las prioridades para que la población local no sea expulsada de lo que durante siglos fueron moradas habitadas.

 

En definitiva, el derecho a hacer negocio del turista ávido de gastar dinero no puede estar por encima de la preservación de nuestro paisaje cultural y patrimonial. Dejar que nuestras ciudades se conviertan en “Dubrovniks" sería vender nuestro patrimonio cultural material e inmaterial, y traicionar la historia que durante siglos construyó lo que hoy podemos observar y disfrutar. Sin duda, la búsqueda de un equilibro para que los centros históricos puedan ser vistos y vividos, es uno de los retos de los países condenados a tener el sector turístico como un pilar principal de la economía. 


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